Cuentos. (Laura en el país de los asombros). 93

LA LUCHA DE LOS GIGANTES

Laura presionó el SWIVEL con fuerza. La energía se trasladó a sus manos de inmediato.

-¡Todos aquí, rápido!

Los niños dejaron pasar a sus amigos, los pequeños ECANTOS, del valle del silencio, con las HADITAS y el pueblo de YOVI, que resoplaba nervioso. Se hizo un círculo de luz, como un aura violeta, que les albergaba.

-¡Se ve el campo magnético! -dijo Alfonso. ¡Es guay!

Laura le miró casi regañándole. “Pero qué chico tan frívolo”, parecía decir con su gesto. Pero a su hermano no parecía importarle.

-Algo así debe ser la aurora boreal. ¡Con las ganas que tengo de ver una!

Yovi le había oído.

-Se producen en la ZONA DEL NORTE, claro. Pero es el territorio de LA DAMA… Poco aconsejable para un paseíto turístico.

-Lo mío es ciencia pura, muchacho. Investigación a tope.

Un ruido en la tierra, como el de los elefantes en estampida, sacudía los pies.

-Aún no está cerrado el círculo -dijo Laura. Se cuela por debajo.

-¡Es un PREK! -Anita señaló el horizonte. Una sombra enorme se destacaba en el cielo, tan limpio como las pupilas de NUMIR.

El aspecto del gigante impresionaba. Era el heredero de los Titanes que bajaron las montañas al mundo, cien veces mayor que los últimos SIMOES, que eran cien veces más fuertes y grandes que los gorilas del Congo.

-¡Pero a qué viene esta enormidad! ¡Qué bichos tan grandes! ¿Dónde están los YORCOY?

La ley del equilibrio. HERMES, el mensajero, lo comunicó certificado hacía siglos. Los más viejos lo recordaban, subido a PEGASO, siempre alegres los dos, una pareja ideal.

-Como es arriba, así es abajo -musitó Laura. Parecía recordar. Miró al suelo, por el que se deslizaba una neblina gris-. ¡Adoptan cualquier forma! ¡Necesitamos ayuda!

-Ellos también -dijo el HADA CONSEJERA.-. Mira.

Una docena de Yorkoy absorbían la niebla, la expulsaban en forma de lluvia ácida al espacio, donde se congelaba. Alguien se encargaría de reciclar los residuos. GURB, siempre con su gemelo sin nombre, iba al frente.

-¡Aquí estamos! Ahora, dejadnos con ellos -señaló la masa de preks, detenida a medio camino, recibiendo instrucciones del MALIGNO. -Miró al cielo-. Seguro que viene Miguelito, el arcángel. No se pierde una.

A los niños les entró el tembleque. No sabían si reír o llorar, porque Gurb les daba mucha confianza, desde que con otra figura hizo el viaje a Barcelona y conoció a Edu Mendoza. YORCOY, el magno, que dio nombre a la tribu, era su hermano.

Laura recordó otra batalla. En el despacho grande del abuelo, frente al retrato que mostraba su nariz aguileña y los agudos ojos azules, un cuadro de las guerras de Flandes, con los Tercios en formación antes de alguna de sus hecatombes. Lejos, cualquier ciudad, e invisibles, sus habitantes, temblando. “Los FELAYM”, recordó. Miró a sus hermanos, que eran una prolongación de sus pensamientos. “Y hay quien no cree en estas cosas”, pensó, tal vez porque el hilo de plata se balanceaba entre los mundos, y así lo percibía, a tirones.

EL LIBRO se abrió.

La página contenía un miniado perfecto, como en el Beato de Liébana. Una versificación aparente, tal vez el orden de las palabras, cubría la parte central del incunable, rodeada de volutas y figuras. La lengua era un compuesto de lenguas, una grafía de grafías, un laberinto de significados, en los que se mezclaba el roman paladino del español antiguo con el sánscrito y los ideogramas del viejo han. Trazos como runas, líneas y ondas y nuevamente jeroglifos. Sobre todo ello una niebla que cubría como el cendal de un sueño las páginas entreabiertas. Esa nube hablaba. Parecía la materialización de un aliento.

El libro contiene los nombres originales de las cosas. En el primer instante de la creación, cuando todo era un pensamiento sin inicio ni fin, el libro surgió del espacio sin materia, porque sin él no existiría el mundo, ni nada en el mundo, ni los mundos ni nadie en los mundos. Y era su voluntad que todo existiese, durante un tiempo, que también fue una creación de su voluntad, como el capricho de quien no lo necesita.

Laura lo había visto.

Fue la primera vez que volaron sobre el PÁJARO SOÑADOR. Lo vio en su pupila, que no era propia de un ave, con esa membrana que daba tanta grima a Anita, ni ese movimiento circular que marea a los astronautas. No le dio importancia hasta entonces: tenía un dibujo, o era el reflejo de una imagen grabada o pensada, qué sabría ella, y era un libro abierto, en el que se podía leer todo lo que podía ser escrito.

-Cuando hablaba de una cosa, si lo pensaba con la fuerza suficiente, se hacía real. Y también cuando se había montado cien veces en el Pájaro soñador… Porque ese es su privilegio.

Alfonso alzó los hombros, como en las tablas de reiki.

-Más bien es que no puede evitarlo… Es como un resorte, ya sabes: llega el momento, y plaf… el gusano ya es capullo.

-Metamorfosis.

-Acuérdate de las leyes de la física: la energía no se crea ni se destruye; sólo se transforma.

-¡Podían haber quitado el ‘sólo’! Ese enunciado parece de coña.

Los dos hermanos se miraron en silencio. Una sombra cruzó por sus ojos, al mismo tiempo, como si se hubiera nublado de repente.

-Está vivo. Y contiene los nombres originales de las cosas.

Laura asintió.

-Yo también lo he visto. He visto cómo nacían desde su interior, y se quedaban quietas, esperando. ¿Pero qué?

-Ocupar su sitio, claro.

-Es el maestro. Mira.

El miniado pareció agitarse como una superficie de oro. Los rasgos de una figura esbelta, cubierta hasta los pies por una túnica azul, se destacaban sobre el fondo marfileño.

-Por eso miraba tanto. Buscaba el LIBRO. Quería estar seguro de que mi pensamiento o las palabras repetidas podían hacerse realidades. En el vuelo ya sabía que éramos…bueno, que yo era su…dueña.

-No tiene dueño.

-¡Ya lo sé! Digo como algo material, hombre. ¡Aquí no es igual la propiedad! ¡Esto es la refundación del capitalismo!

El murmullo fue casi imperceptible. Creyeron que hablaban los estantes, algo que cuchicheara desde lo alto.

-Tolle et lege.

Las palabras le sonaban. Alex tomó el LIBRO, miró fijamente su centro.

-¡No, Alex!

El pequeño mantuvo la mirada fija. Enseguida comenzó a hablar, despacio.

Era un extraño lenguaje, como si las palabras se entrelazaran y viviesen.

LAS DOS PRINCESAS

luchaban a brazo partido. Ya no empleaban ninguna de las viejas artes secretas; aquello era el símbolo de las especies, un combate cuerpo a cuerpo, desgreñadas, revueltas en el barro, jaleadas por sus partidarios, que parecían apostadores junto al ring o el corral de los gallos. A muerte. El atavismo, la locura, los instintos más elementales. Todo había regresado. Y nadie parecía ser capaz de detener aquello. O es que lo deseaban. Querían participar, en cierto modo, ser testigos, poder comentar: ‘yo estuve allí’. Y, al tiempo, era todo tan vulgar… Una de tantas paradojas.

Lo que más extrañaba era la identidad de las combatientes.

La mujer alta, rubia, de ojos claros y rasgados, prototipo de las razas de Hércules, la constelación que albergaba mayor número de emisiones de radio del universo, porque sus habitantes no podían dejar de comunicarse mediante energía, era la princesa TORIA, sobrina del gran HERMÓN, el señor electo de la nube galáctica. Había nacido con cincuenta y dos propiedades mágicas. Todas ellas superiores.

¿Por qué no le servían ahora?

La respuesta quizás podía darse conociendo a su rival. La mujer morena, de piel dorada, ojos violeta, labios dulces y bella como el murmullo de los cometas, era NIKA, cuyo hermano LETIX había acompañado a los niños. Cuando nació, su padre, el gran RAEL, convocó las fuerzas del triángulo infinito, y la hizo poderosa de mente e invulnerable de cuerpo.

¿Qué pasaba entonces?

…………Belial entregó el sobre a Nika. La princesa casi se lo arrebató de las manos, que eran largas como un día de ayuno.

-Mira, tata. Tenemos que ir.

Era la invitación al cumpleaños de Luzbel.

En ese mismo momento, ARAMZEL, el otro lugarteniente, entregaba un sobre idéntico a Toria. La princesa ni se molestó en cogerlo. Señaló con la mirada a su aya TEODORA.

-Es la invitación que esperabas -le dijo. Tienes que acudir a la fiesta.

El viaje al infierno de la MONTAÑA DRAGONA no permitía trucos: nada de traslación por el espacio, ni desmaterialización, ni ese tipo de vulgaridades. Había que entrar a pie, dejando fuera la magia y los poderes, incluyendo los parapsicológicos, así que los festejos eran bastante sosos. A cambio, la deshibición era total.

Pero era otro el motivo por el que las dos, sin conocerse, querían ir. Y soportar la humillación de las medidas de seguridad extremas. Aquel día, en aquel lugar, iba a suceder algo irrepetible. La CONJUNCIÓN. La materialización milenaria del LIBRO. Una vez cada mil años, en la onomástica del diablo, en la guarida palacio del país de los asombros, sucedía. La última vez sus abuelos perdieron la oportunidad de hacerse con él: seguían luchando cuando cesó el flujo de coordenadas, Luzbel reía, y los príncipes seguían a tortas. El equilibrio de poderes se mantuvo.

-A Dios gracias -dijo el aya. Y sonó a cuchufleta en aquel contexto tan ceremoniosamente ominoso.

En aquella ocasión, de todas formas, algo iba a a cambiar: unos visitantes ingenuos y catetos en medio de la fabulosa corte del emperador del mal. Unos niños con algunos amiguitos y ciertos ángeles custodios, casi expulsados del cielo por incompetentes en la guarda y vigilancia de los pequeños. ¡Que pedazo de energía, qué fuerza tan invencible! Otra paradoja…Y van…¿cuántas ya?

ARIS ladró como si le hubiera pisado el rabo la mismísima Níobe, la más gordita de las hermanas, hija de Albert y Nely. Pero la cosa no era tan grave. Los Yorky están locos, naturalmente, y eso forma parte de su naturaleza y de su encanto. Hasta su ladrido es diferente, más agudo, de can enfadadísimo, seguro de sí mismo y al mismo tiempo con tal confianza en su amo que si éste le regaña interpreta que es por el qué dirán. El Yorkshire de los niños era lo más parecido al gato de la costurera, la hermana ignota de la princesa Anelisse. Tenía más valor que el lobo de Gubia. El terrible lobo que se olvidó Rubén Darío entre las páginas de un misal, ese libro genial sustituido para complacer a la plebe por las hojitas parroquiales.

-¿Y a qué viene esto?

-Es por lo del examen. La ley de Boyle -dijo Alfonso. ¿No tenemos que salir de aquí por piernas? La temperatura aumenta, y si no hay fumarola habrá erupción.

-La única erupción segura es la de tu pescuezo, con el picotazo de la libélula. -Laura se echó a reír, lo que chocaba bastante en aquel momento. Como si los gases de la cueva fueran hilarantes-. ¡Mira que ser perseguido por un bicho antidiluviano y previsible!

-Pues los calificativos son para mondarse, rica. Es un pedazo mosquito, un lepidóptero gigante.

-¡Un dinosaurio! -Apuntó Anita . Como los pájaros. Papá decía que los pollos eran dinosaurios, o algo así.

-Pipi, pipi -terminó el ciclo Ales, que era un maestro en la asociación de ideas. Se acordó de los canarios.

Aris tiraba de la correa como una cuerda de esclavos tiraba del bloque de piedra arenisca en Gizeb. Como es habitual, el perro era el más inteligente del grupo.

Como si hubiera acudido al reclamo, por la abertura más vertical de la cueva apareció una especie de boxer, babeante, con los colmillos retorcidos literalmente, que no perdía de vista al perrillo. Ales lo vio primero y avisó a Anita.

-Tata! ¡Un obo!

-No es un lobo, Alex, ¿no ves que es chato?

Alejandro asintió. Y eso que no conocía la fábula de los galgos y los podencos. Laura sí.

-¡Da igual lo que sea! ¿No veis que es la tierra del equilibrio? Nos mandan eso y dentro de poco aparecerán cuatro como nosotros, para hacernos puré.

-Pues ya voy teniendo hambre, hermanita. Yo me zampo el tuyo.

-No te cachondees, Alfonso. Va en serio.

-Ya, ya. Pero es que esto parece un temático de Julio Verne. Mola pero asusta…

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