PORTAL
M. miró su sombra, sobre la acera, en los ojos una mariposa dorada. Luego la silueta, justo cuando se recortaba en el marco ancho de la entrada, un escalón de negro mármol. Siguió su luz, avanzando por las escaleras, la cima del mundo, hasta la puerta de su casa, que se cerró como la mandíbula de un gigante, túnel oscuro sin palabras. Un instante y vio la ventana iluminarse, la adivinó entre nubes como ladrillos revestidos de fantasmas, cuyos grilletes de cristal eran las jaculatorias de tres tristes tigres, la cebra evangélica, el Corán sádico, y un Talmud versión filacteria de saldillo. Se apagó la luz, desapareció el ventanuco, y M. avanzó despacio por el campo de batalla, a través de los adoquines, sentándose en el bordillo de granito, los ojos perdidos viéndola y soñó, soñó, soñó…avivando la pasiva noche entre sus manos inquietas.
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