Cuentos. (Laura en el país de los asombros). (41)

LA ESFERA

El aire, esta vez, no era espeso, al menos no de la misma forma. Olía a niebla cuando se va despejando deprisa, y eso alegra la vida, porque la niebla es la tristeza del mundo, cuando la tierra y el cielo no se entienden. La niebla separa los ojos de las cosas, y a veces es un túnel por donde acudir a otras dimensiones, algo que aprendieron del espacio exterior, los agujeros y la materia que pueblan esa parte del universo que tiene nombre de mineral helado. El aire olía también a magnolios, pero ingleses, muy ingleses, casi inodoros por tanto, pero magnolios al fin, que es lo importante para el cuento. Porque olía también a una historieta de comic, un cuento de verdad, en el que tres hermanas princesas esperan a tres hermanos vagabundos, para que las liberen del bienestar y de la conformidad, que son dos de las cuatro pasiones cardinales, las más regordetas y fetichistas. Y es que en aquel valle vivía todo el talento del mundo. Me preguntaréis cómo puede el talento vivir en un valle, y os contesto que lo mismo que en una montaña o en una casa de la ciudad, incluso en los rascacielos de cualquier cosmópolis espantosa. Porque el talento del mundo –una forma de llamarlo para que parezca mayor- no es, imagináos, el lobo que habita los valles del lobo –que por algo se llaman así- siempre de correrías con su parejita, siempre de dientes con los otros paisanos, como si fueran vecinos de una colectividad humana, cosa que dio nombre a un adagio del viejo Hobbes –alguien que nunca fue joven, como los profesores de metafísica- o sea ‘homo homini lupus’.

-El latinajo que más me mola es ese de ‘inteligenti pauca’. Tres veces menos que decirlo en otra lengua, y se entiende igual o mejor.

-¿Pero no decías que echabas de menos saber latín? Seguro que tú tampoco lo entiendes.

Alfonso se mosqueó un pelín.

-Me lo enseñó papi, listilla. Y ahora ya no te digo lo que significa.

Laura se rió.

-Lo bueno de los ‘hombres de ciencia’ es que son todos unos pazguatos previsibles. Lo primero no te digo qué es, y lo segundo, pues sólo tienes que mirarte.

Alfonso arrugó el ceño. Algo no encajaba.

-O sea que soy, primero, hombre de ciencia, gracias, y luego, previsible. Pero no pazguato.

-¡Ay, hijo, cómo lo complicas todo!

El caso es que la atmósfera sonaba, a trechos, como las esferas de cristal que acunan las sinfonías recién nacidas, y palabras como besos volaban entre los oídos y los ojos de los niños y los árboles. Además, en el horizonte, que no estaba nada lejos, por cierto, se formaban rápidos arcoiris, digo trazos de color que se representaban a sí mismos, danzarines, estáticos, no sé, como las escenas costumbristas de Cezanne, ¿o era Cezane?

-La gente de letras se mete con las ciencias por puro complejo, como cuando un caniche ladra a un tigre, por ejemplo.

-¡Ja, ja! ¡Vaya comparación, señor felino! Te recuerdo que un bull dog le come los cataplines a los torazos…

-Porque es un tramposo, y se escabulle, no da la cara…

-¡Estaría bueno! Es que no se trata de ser idiota, sino de ganar…

Los chicos se quedaron callados, como si aquellas palabras les hubieran devuelto a la realidad, o a una cordura que les golpeaba. Porque ellos no querían combatir, no pretendían ganar nada, y sin embargo… Todo era una guerra, incluso entre las palabras.

Alfonso rompió el hielo, que sonó como en un vaso de whisky.

-¿Recuerdas ese cuento de papá, el de las palabras que se reúnen en el bosque para elegir su reina?

Laura no respondió. No tuvo tiempo, porque frente a ellos una abeja descomunal, que había salido de no se sabe dónde, revoloteaba con el ruido característico de los élitros a toda marcha, pero esta vez parecía el motor de un Ferrari.

-¡Mira! ¡Lleva una bola de polen!

Laura abrió los ojos, que parecían ya los de la Cantudo en sus mejores tiempos.

-¡De eso nada! Lo que lleva es…

-¡Una esfera!

-Eso. Y me recuerda algo… ¿No ves cómo se mueve…en su interior…?

Alfonso asintió, regocijado.

-¡Orión! El collar de Orión, que no es el cinturón, pero da lo mismo. Una galaxia colgada de un minino… Al fin y al cabo, el tamaño es tan relativo…

Laura se puso colorada.

-Bueno, no siempre, supongo… Pero en fin, si ves lo mismo que yo…

-En esa esfera está el mundo…

La abeja parecía indecisa, sin saber a qué atenerse frente a aquellos párvulos, dos de ellos dormidos, y los otros como si tal, porque sólo hacían aspavientos y comentarios marginales… Menos mal que habían visto moverse la esfera dentro de la esfera, y ya podían suponer que las abejas portadoras de esfemundos no están ahí por nada, y que tienen una misión que cumplir, que es depositar su responsabilidad en manos de seres responsables, a salvo de seres irresponsables, etcétera, como decía la gobernanta.

A todo esto, Laura había extendido los brazos, y no se sabía bien si era para dar o para pedir.

-¡Toma ya! –Dijo Alfonso, cuando la abeja depositó el regalo en el regazo de la niña. ¡Ahora te toca cuidar al bebé!

-La verdad, no entiendo cómo te lo tomas todo a chirigota… ¡Pareces bobo!

Pero no lo era. Sólo quería desdramatizar, que su hermana no tuviera miedo, exactamente y precisamente lo que él tenía, y en qué cantidades, en ese momento.

Se acercaron, y parecía alejarse; se alejaban y la esfera entonces se aproximaba, como jugando a un despropósito que tal vez pudieran entender los políticos, y seguro que lo comprendían los tertulianos de esos programas para enseñar al Papa a dar la bendición apostólica.

-¿Y de qué va ahora la bolita? –Alfonso se ponía cheli, que es lo estupendo de años atrás.

-No es ella. Somos nosotros.

El aire, que es como un colchón de agua, un agua blanda que acaricia y al tiempo aprieta un poquito, la mano de un bebé lustroso cuya bofetada sabe a roce delicado aunque duela.

-Nos observan, desde dentro, como si ellos estuvieran fuera y nosotros….Un lío. ¿Y por qué no está cerca el Pájaro Soñador ni vemos por aquí a nuestra hada-guía?

De repente sopló un viento de fuego, y los cuatro hermanos se vieron en el interior de una casa de cristal. Todo estaba en silencio…excepto por unos golpes cadenciosos que pertenecían al pico interminable de un guacamayo, excéntrico y ucrónico, si no hubieran estado en el País de los Asombros.

-O no. Puede que estemos y a en otro sitio… O que no haya lugares, sino tiempos o sueños, como dijo aquel gnomo de los árboles metálicos.

Los pequeños, que habían estado dormidos, miraban con deleite las paredes transparentes. Alejandro ya comenzaba a unirse al ritmo del carpintero de vidrios con sus piececillos.

-Mira, Lala. Ale parece un futbolista.

Anita tenía razón. Y no entendía nada de lo que explicaba Alfonso, en la jerga de los mayores.

-Un concepto se materializa y se mete en una esfera, como en las cajas chinas. La esfera del talento se mete en una esfera que es el mundo, de tamaño y ubicación dispar.

-¡Vale, Ponchito! ¿Qué pareces un conferenciante de la Fundación Winterthur!

-Pues es así. Estoy inspirado…y la inspiración me ha llegado cuando vigilaba, ojo al parche.

Laura no se rendía.

-¿Te acuerdas de Uge, el novio de María? Sí, hombre.

-El novio de Nen, como la llamaba Anita. El de los monólogos.

-Ese. Pues me recuerda a uno de sus poemas, los que saca como morcillas en el guión. Dice que…poco a poco…se reparte…cada vez toca a menos…y a veces se abre la espita…algo más…y sale…¡un genio!…Pero otras…¡Lástima!…Se cierra… Y aparecen sus…¿políticos?…¿asistentes al fútbol?…O a los concierto macro… o los mártires…

Alfonso se encogió de hombros.

-Pues no lo pillo del todo, pero vale. Será un poco rumano.

Y entonces apareció el hada consejera. Estaba dentro, claro, porque todo era dentro ya, nada fuera. Iba amazona en una yegua blanca, tan joven que aún no despuntaba en su frente la señal mágica que en los machos se llama unicornio. Canturreaba una melodía, perseguida por ciertos talibanes fantasmagóricos que querían lapidarla.

Decía: Laura y sus hermanos la ven, es una luz que se apaga. Y una espada de sueños.

Entonces comprendieron que con ellos jugaban las palabras. Era su reino.

-¡Mirad! –Anita señalaba un punto hacia el horizonte, que se alejaba.

-¡Estamos volando! Pero, ¿hacia dónde?

Una sombra dorada cubrió la esfera, y Alejandro comenzó a aplaudir.

-¡Bieeeeeeen! –dijo. Y era su voz de guerra, como la de un guerrera masai, como el ‘desperta ferro’ de los almogávares, como el golpe de tambor de los germanos y el de espadas o escudos de los antiguos celtas.

El pájaro soñador iba también montado. Los niños no reconocieron una figura esbelta, velada casi por una capa blanca. De su mano derecha parecía brotar una luz, entre azulada y amarilla, y sostenía con la izquierda unas riendas de plata.

-¿Nos acompaña? ¿O más bien nos arrastra? Como el remolque del sol, que por algo somos una esfera y nos movemos por el cielo.

Alfonso movió la cabeza, como recordando algo que hubiera leído en Internet, o se hubiera baja de e-Mule.

-Ya. El carro del sol… ¿Y nos pasará lo mismo que al tonto de Faetón. Cuando se derritieron las alas y cayó al mar. Un precursor del hombre de Leonardo, el que quería volar como los pajaros.

Laura sonreía. Era la intuición femenina, se la estaba advirtiendo de algo importante.

-Papi dice que en los mitos hay mucho de historia. –Hizo un mohín muy simpático, como disculpándole-. La verdad…yo no me lo creía, y pensaba que era uno de sus cuentos. Hasta que vi a Carl Sagan contando cosas de Venus, cómo se formaron los planetas, no sé… Y también…

-¡En las religiones! –Saltó Alfonsito. ¿Recuerdas lo de la Biblia? Pues en otros relatos, como el de Gilgamés, se habla de un Hércules, o de un Noé, o de un…

-¡De un Adán, o de una Eva! Les cambian el nombre y…

Alfonso saltó de nuevo. Quería protagonizar la charleta.

-También mudan los dioses, o sus nombres, pero son los mismos. Y el ojo de Dios, que todo lo ve, como un Gran Hermano. Por cierto, el de las alas no es Faetón –que es el nombre del quinto planeta, el desaparecido- sino Ícaro…El otro es ese chiflado que quiso sustituir a Febo guiando los corceles del sol.

-¡Qué bonito! Lo de corceles –dijo Anita. Suena a cuerdecitas de colores.

Los tres la miraron como si hubiese estornudado en un concierto, justo antes del solo de flautín.

De improviso la esfera se detuvo. Miraron hacia abajo y se quedaron boquiabiertos. Porque parecían estar en el centro de un espejo, con un paisaje idéntico a cada lado. El Pájaro Soñador y su jinete giraban alrededor, lentamente.

-Como arriba, así abajo…

Laura respiró hondo.

-Mirando por un telescopio, hacia las estrellas. O por un prismático, hacia los mundos invisibles… Todo es tan parecido…

-Y nosotros en medio…Sin ver bien ni uno ni otro. Los más cegatos de la Creación.

-Ni siquiera eso… Somos tan presumidos que nos consideramos importantes hasta cuando nos creemos insignificantes… ¡Una rara especie!.

-No es eso –dijo Alfonso, mientras Anita comenzaba a bostezar y Alex tironeaba su pantalón para incitarle a jugar en el espacio, probablemente.-. Es que somos una especie rara, quiero decir –sonrió frente al matiz recién descubierto- que no hay muchas así, seguramente. Por eso estamos en el medio.

-Si, como los jueves. Alguien tiene que ocupar cada puesto.

A todo esto, el hada consejera ni había rechistado, y eso era algo extraño en un ser tan locuaz y comunicativo. Si para cada cosa había una razón…también aquello debía tenerla. Ya lo comprenderían, aunque era suficiente pensar que les tocaba a ellos, esta vez, resolver solitos algún problemilla… como el de regresar a casa.

Alex les dio la pista. Daba vueltas sobre sí mismo, como un contorsionista. En una de ella se quedó bloqueado. Instintivamente llamó:

-¡Papi!

Buscaba la seguridad. Es decir, estaba seguro de encontrarla. Alfonso le ayudó a salir del apuro tirando de él hacia arriba. Los piececillos, bajo su culete, recuperaron la posición natural.

-¡Qué cosas hace mi niño! –dijo Anita, que había recuperado su papel de hermana-madre mayor, tras unas horas de odio cartaginés hacia el chiquito. Y todo porque era más protagonista de la cuenta, según ella, claro.

-¡Es que ni me miráis! No me hacéis ni caso…

Laura intentaba convencerla de lo contrario. Alfonso pasaba.

-¡Eso es! Una esfera dentro de otra, un mundo en otro. ¡El País de los Asombros está en el nuestro, y a la inversa!

Laura frunció el ceño una vez más. El hada consejera sonreía.

El jinete del Pájaro Soñador agitó su brazo derecho, el que portaba aquella luz. Entonces vieron que era una varita, como la de Harry Potter y las hadas de los cuentos.

-¡Mirad! –Anita estaba entusiasmada. Aquello era la prueba de que los cuentos son de verdad, y no inventos para torturar a los niños.

Pero lo que sus hermanos estaban viendo, mientras ella se había girado para llamar la atención, era otra cosa. Un precioso caballo negro, cuya piel brillaba como recién curtida por un betún flamígero. Y sobre él la esbelta figura de una amazona, vestida totalmente de negro excepto por el detalle de una fusta dorada.

El Pájaro Soñador se estremeció, como si le conociese. El caballo tenía dos alas enormes, que plegaba y desplegaba solemnemente, sin dificultad, sosteniéndose en el espacio casi inmóvil. En un momento dado, su guía agitó la fusta y la dirigió como si fuera un látigo, hacia el Mago.

-¡Le está marcando! –Alfonso parecía realmente asustado-. Es una cacería, o un combate. Lo he visto en Internet.

Laura no estaba dispuesta a polemizar, pero tampoco se abstuvo.

-Eso estaba ya en Star Wars. Una lucha de laxer. O de varitas mágicas, que viene a ser lo mismo, pero en retro.

Por la cara que ponía el Hada Consejera, la cosa no era para tomarla a broma. Desde la guerra de los dragones no habían visto en las esferas de los mundos a aquella amazona, la enviada de Luzbel. Y cuando esto sucedía, su terrible y poderoso amo estaba cerca.

-Ahora me explico la presencia del Mago Blanco, una especie de Sarumán del Señor de los anillos. Nos protege, o nos indica una forma de huir. Porque la misión continúa, y debemos servir para algo o alguien muy especial, ya que nos conservan con tanto celo.

-¡Ni que fuéramos peras en almíbar! Las conservas, en Murcia, chiquitín. Todo esto no es más que el argumento de un guión que están escribiendo por nosotros… ¡Si no nos enteramos de nada!

Todos callaron. Querían pasar desapercibidos, aún sabiendo que era imposible. Porque las fuerzas que les rodeaban, y en especial las de los que el Hada Consejera llamaba combatientes del cielo, eran mucho más potentes que las que ellos juntos pudieran tener…O eso creían, al menos.

-Vi como daba su fuerza a otro y decaía. -El HADA CONSEJERA hablaba despacio, porque la experiencia no se transmite con prisa, y esa era muy importante. Laura supo que podía sucederles muy pronto, que debían estar preparados.

.Vi cómo eso se perennizaba, que era la vida.

-¿Y cómo lo viste?

-Me sucedió. También a mí. Alguien pasó a mi lado. Me miró apenas.

-¿Le conocías?

-No. Bueno, no sé. El caso es que me sentí débil. Comenzó a dolerme la espalda, como si hubiera hecho un esfuerzo.

-O como si estuvieras enferma. Eso pasa con la gripe.

-Y cuando sueñas, y estás tenso y crispado, y te rechinan los dientes.

-Y cuando faltan vitaminas.

-¡Vale, vale! Pero esto no era igual. Fue…de golpe.

-Me recuerda al yuyu, al vudú… A…eso de Cuba y Haití.

-Santería, regla de Ocha, camdomblé… Una mezcla de importación y exportación de santos, espíritus y dioses. Pero funciona de otra manera, como un ritual, los mantras del movimiento, la dirección del maestro o del santero, no sé. También se pierde la fuerza, se enajenan.

No. Es como contar historias. Ellos, los otros, se van y siguen, cuentan con su vida lo que nos pasa; es, en cierto modo, una prolongación de la nuestra.

-El eterno retorno.

-Circular. Todo es circular. La forma de contarlo también.

Laura sonrió.

-Eso ya lo decía Seagull.

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